Os pongo en contexto:
Una de las protagonistas está casada con un tipo encantador: atento, atractivo, con buena posición económica, buen padre… La pareja perfecta. Pero tienen un secreto: Él la maltrata, y tras cada agresión, tienen relaciones sexuales violentas. No estoy segura de hasta qué punto consentidas. Y sabemos cómo se llama eso. Vemos, capítulo tras capítulo, cómo él la somete, la obliga a abandonar su trabajo e incluso la coacciona con tener otro hijo cuando ella se plantea retomar su vida laboral. Su terapeuta poco a poco la acompaña en el proceso de tomar conciencia: Aunque no lo quiere creer, esta mujer es víctima. Al comienzo, como todas, niega los malos tratos y justifica el comportamiento de su marido. ¿A ti también te suena?.

En una escena que me pone los pelos de punta, la profesional le cuenta qué pasaría si en ese momento fueran a juicio: ya que ella nunca le ha contado a nadie lo que sucede y hace verdaderas maravillas con maquillaje para cubrir sus moratones, no tiene ninguna prueba. Su discurso es el de que su marido es y ha sido siempre un padre ejemplar, lo que coincide con la imagen que todos cuantos les conocen tienen de él. Resulta sencillo imaginar que la defensa alegaría que ella, la verdadera víctima, se ha inventado el maltrato para poder conseguir la custodia de los niños. Una vez más, se apunta a la víctima como culpable.
¿Cuántas veces has escuchado que una mujer se quedó embarazada para cazar a un tío? Qué mal hablamos de nosotras entre nosotras… Sin embargo, no se habla de las veces que son ellos, los varones, quienes insisten en formalizar la relación, tener descendencia, que ella se ocupe de los niños y se quede en casa, convirtiéndose en madre a tiempo completo. Así, la mujer se aísla, se vuelve económicamente dependiente y se hace más difícil romper la relación. Porque, después de todo… ¿dónde va a ir? ¿de qué va a vivir?… Quizá esta historia también te resulta familiar…
Culpar de todo a las mujeres es sexista. Como veis, se hace constantemente, de manera natural y en muchos casos sin siquiera plantearnos que hay otras alternativas. Y aquí entra en juego un concepto que suena a nuevo, pero es tan viejo como el fuego: La
Sororidad. En una sociedad patriarcal en las que se nos acusa de todo y se fomenta la enemistad y la competitividad entre nosotras,
funcionar como un equipo, siendo solidarias entre nosotras resulta por desgracia novedoso.

Mientras escribo me vienen a la cabeza numerosas historias que, en el cine, la literatura, las series y en nuestro día a día, son protagonizadas por mujeres que se enfrentan entre sí. Echadle un vistazo mental rápido a las películas de dibujos animados, por ejemplo. Historias que todos conocemos, versionadas hasta la saciedad y basadas muchas veces en cuentos populares. ¿En cuántas de ellas la princesa (con suerte, protagonista, aunque con frecuencia a la sombra de un varón) se enfrenta a otra mujer y se pasan gran parte de la trama tirándose de los pelos? La Madrastra y Blancanieves, Maléfica y Aurora, Fiona y el Hada Madrina, Ariel y Úrsula…
Quizá las mujeres de esta historia tengan problemas entre ellas, pero son capaces de unirse para protegerse y cuidarse. Sus desacuerdos y redecillas pasan a un segundo plano cuando descubren que una de ellas está en problemas. Hay un culpable. Uno, y varón. Ellas son o han sido víctimas. Y se unen para derrotarlo. Resulta emocionante.
Y es que juntas somos más fuertes. Quizá invencibles.

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